1. Como dejamos de ver el otro lado
Hasta los seis o siete años de edad es habitual que nos comuniquemos y veamos a personas y diversas energías de otros planos. Esta edad suele marcar el momento en el que dejamos de percibir de manera natural y normalizada aquello que no se encuentra en nuestro plano, es decir, en el plano tridimensional o mejor dicho, cuatridimensional, si incluimos el tiempo.
Los motivos por los que empezamos a bloquear nuestros sentidos sutiles son variados, pero bastante generalizados. Principalmente, son los padres, los profesores, otros niños, familiares, etc., quienes, con sus «esto no existe», «te lo estás imaginando», «se van a reír de ti si les cuentas lo que ves»..., acaban consiguiendo que el niño vaya capando sus sentidos sutiles al considerar que todo lo que proviene de ellos es ilusorio.
Puede ocurrir que al menos uno de los progenitores también perciba lo que se encuentra en otros planos o recuerde haberlo hecho en el pasado y mantenga con estas experiencias una relación de miedo que no quiere para su hijo. En esta situación, es normal que intente proteger a su hijo y evitarle a toda costa esa experiencia. Para ello, intentará por todos los medios que no vea ni oiga a ningún ser que no pertenezca a nuestra dimensión física. Si el niño no cree en esto, no lo verá. Esta lógica tan sencilla es la base de este tipo de percepción, ya que solo se puede ver cuando se cree. Por eso, procurará inculcar al niño que lo que le asusta no existe, que son imaginaciones suyas, y que no haga caso.
Paralelamente y de manera inconsciente, el progenitor instaurará un velo con su propia energía alrededor del niño, en los chakras especializados en los sentidos sutiles de la visión y el oído o alrededor de la cabeza. Independientemente de dónde lo coloque, seguramente antes o después, el velo será efectivo y el niño, en la práctica, perderá su percepción sutil.
Más adelante se explicará con detenimiento qué es un velo. De momento, podemos quedarnos con la idea de que es como una esfera de humo gris o negro o de un material más sólido. También pueden verse como cortinas, mantas, humo sin más, etc., todos ellos de color gris o negro. En ocasiones concretas, pueden ser de algún otro color, pero esto se comentará más adelante. Estos velos infieren un efecto limitante sobre aquel sobre el que están colocados. A no ser que estemos disciplinados para que no nos afecten.
En esta etapa, el niño también comienza a modificar su forma de pensar por el colegio. Pueden surgir en su vida situaciones que bajen su vibración, como la tristeza, la competitividad, la frustración o la sensación de no ser aceptado por los demás. Descubre los problemas que llegan a su vida. Esto irá enturbiando su energía y disminuyendo el flujo de luz que es capaz de canalizar.
Por otro lado, desencarnados de baja vibración, habitualmente llamados almas perdidas, se ven atraídos por su luz, tan pura y brillante que se ve desde muy lejos. Estos desencarnados, anhelan y necesitan esta luz, ya que su propia oscuridad no les deja recibirla adecuadamente de su propio ser y deben tomarla de otros seres de su entorno, sin importar si estos están en el plano físico o en el intangible.
La forma en que pueden captar nuestra luz es bajándonos la vibración, lo que debilita nuestro aura y nos hace accesibles. Para ello, favorecerán que el niño tenga experiencias en las que sienta miedo, tristeza, enfado, frustración, etc. No dudarán en influir en los padres, los amigos, la familia, etc., e incluso en ellos mismos, para provocar situaciones en las que se les riña, se frustren, etc.
Otra razón muy importante por la que se duermen las capacidades de percibir el otro lado es el miedo. Temor a ver «fantasmas» o «monstruos», sobre todo por la noche. El niño siente que estos seres le acechan desde cualquier sombra o lugar que no puede ver, como puede ser debajo de la cama o del armario.
El pequeño, sobre todo si sus sentidos son muy perceptivos, pondrá toda su intención en no ver aquello que le atemoriza y el resultado que obtendrá será un bloqueo de sus capacidades. Dejará de percibir lo que hay a su alrededor, pero seguirá siendo afectado por lo que le provoquen. En este caso, no se cumple el refrán «ojos que no ven, corazón que no siente».
Recuerdo muchas de estas situaciones diversas en mi propia infancia. Sobre todo al sobrepasar, con mis capacidades intactas, la franja de edad en la que otros niños las perdían. Esto me permite, a día de hoy, recuperarlas, desde un punto de vista de observador más o menos objetivo, si es posible. Utilizo mis propias experiencias como base. Sobre todo a la hora de ayudar a niños que actualmente se encuentran en las mismas condiciones en que yo me encontraba.
Comentaré un par de anécdotas de mi niñez para poner en contexto la situación. Antes debo decir que mis padres también pueden percibir el otro lado, incluso con más nitidez que como lo hago yo. Es común que tanto la facilidad para percibir los planos sutiles como la capacidad de mantenerla de manera natural se transmitan de padres a hijos. En mi caso, ambos progenitores tienen sus sentidos muy desarrollados, aunque la habilidad de controlarlos a voluntad difiere de uno a otro.
